jueves, 9 de diciembre de 2010

resumen de fernand braudel la historia de las cs sociales

Algunos investigadores aislados organizan
acercamientos: Claude Lévi-Strauss1 empuja
a la antropología «estructural» hacia los
procedimientos de la lingüística, los horizontes
de la historia «inconsciente» y el imperialismo
juvenil de las matemáticas «cualitativas». Tiende
hacia una ciencia capaz de unir, bajo el nombre
de ciencia de la comunicación, a la antropología,
a la economía política y a la lingüística. Y, además, ¿de qué
historia se trata?
Las demás ciencias sociales están bastante mal
informadas de la crisis que nuestra disciplina ha
atravesado en el curso de los veinte o treinta
últimos años y tienen tendencia a desconocer, al
mismo tiempo que los trabajos de los historiadores,
un aspecto de la realidad social del que la
historia es, si no hábil vendedora, al menos sí
buena servidora: la duración social, esos tiempos múltiples y contradictorios de la vida de los
hombres que no son únicamente la sustancia del
pasado, sino también la materia de la vida social
actual. Razón de más para subrayar con fuerza,
en el debate que se inicia entre todas las ciencias
del hombre, la importancia y la utilidad de
la historia, o, mejor dicho, en la dialéctica de la
duración, tal y como se desprende del oficio y de
la reiterada observación del historiador; para
nosotros, nada hay más importante en el centro
de la realidad social que esta viva e íntima oposición,
infinitamente repetida, entre el instante
y el tiempo lento en transcurrir. Tanto si se trata
del pasado como si se trata de la actualidad, una
consciencia neta de esta pluralidad del tiempo
social resulta indispensable para una metodología
común de las ciencias del hombre.
Hablaré, pues, largamente de la historia, del
tiempo de la historia. Una noción cada vez más
precisa de la multiplicidad del tiempo y del valor
excepcional del tiempo largo se va abriendo paso
—consciente o no consciente, aceptada o no aceptada—
a partir de las experiencias y de las tentativas
recientes de la historia. Es esta última
noción, más que la propia historia —historia de
muchos semblantes—, la que tendría que interesar
a las ciencias sociales, nuestras vecinas.

64 Fernand Braudel
1. Historia y duraciones
Todo trabajo histórico descompone al tiempo
pasado y escoge entre sus realidades cronológicas
según preferencias y exclusivas más o menos
conscientes. La historia tradicional, atenta al
tiempo breve, al individuo y al acontecimiento,
desde hace largo tiempo nos ha habituado a su
relato precipitado, dramático, de corto aliento,
La nueva historia económica y social coloca en
primer plano de su investigación la oscilación
cíclica y apuesta por su duración: se ha dejado
embaucar por el espejismo —y también por la
realidad— de las alzas y caídas cíclicas de precios.
Muy por encima de este segundo recitativo se
sitúa una historia de aliento mucho más sostenido
todavía, y en este caso de amplitud secular: se
trata de la historia de larga, incluso de muy larga,
duración. Poco importan las fórmulas;
pero nuestra discusión se dirigirá de una a otra,
de un polo a otro del tiempo, de lo instantáneo
a la larga duración.
Así, por ejemplo, el
término acontecimiento. Es, pues, evidente que
existe un tiempo corto de todas las formas de la
vida: económico, social, literario, institucional,
religioso e incluso geográfico (un vendaval, una
tempestad) tanto como político.
Pero esta masa no constituye toda la realidad,
todo el espesor de la historia, sobre el que la
reflexión científica puede trabajar a sus anchas.
La ciencia social casi tiene horror del acontecimiento.
No sin razón: el tiempo corto es la más
caprichosa, la más engañosa de las duraciones.
Este es el motivo de que exista entre nosotros, los
historiadores, una fuerte desconfianza hacia una
historia tradicional, llamada historia de los
acontecimientos; etiqueta que se suele confundir
con la de historia política no sin cierta inexactitud:
la historia política no es forzosamente
episódica ni está condenada a serlo. Es un hecho,
no obstante, que —salvo algunos cuadros artificiosos,
casi sin espesor temporal, con los que entrecortaba
sus relatos3 y salvo algunas explicaciones
de larga duración que resultaban, en
definitiva, ineludibles— la historia de estos últimos
cien años, centrada en su conjunto sobre
el drama de los «grandes acontecimientos», ha
trabajado en y sobre el tiempo corto. La reciente ruptura con las formas tradicionales
del siglo xix no ha supuesto una ruptura total
con el tiempo corto. Ha obrado, como es sabido,
en provecho de la historia económica y social y
en detrimento de la historia política. Pero, sobre todo, se ha producido una alteración del tiempo histórico tradicional. El tiempo no era sino
una suma de días. Las
ciencias, las técnicas, las instituciones políticas,
los utillajes mentales y las civilizaciones (por
emplear una palabra tan cómoda) tienen
también su ritmo de vida y de crecimiento; y la
nueva historia coyuntural sólo estará a punto
cuando haya completado su orquesta.
Este recitativo debería haber conducido, lógicamente,
por su misma superación, a la larga
duración. Henos de nuevo, y hasta el cuello, en el tiempo
corto. La segunda, mucho más útil, es la palabra estructura.
Buena o mala, es ella la que domina los,
problemas de larga duración. Los observadores
de lo social entienden por estructura una organización,
una coherencia, unas relaciones suficientemente
fijas entre realidades y masas sociales.
Para nosotros, los historiadores, una estructura
es indudablemente un ensamblaje, una arquitectura;
pero, más aún, una realidad que el tiempo
tarda enormemente en desgastar y en transportar.
Ciertas estructuras están dotadas de tan larga
vida que se convierten en elementos estables
de una infinidad de generaciones: obstruyen la
historia, la entorpecen y, por tanto, determinan
su transcurrir. La historia de las ciencias también conoce universos
construidos que constituyen otras tantas
explicaciones imperfectas pero a quienes les son
concedidos por lo general siglos de duración. Entre los diferentes tiempos de la historia, la
larga duración se presenta, pues, como un personaje
embarazoso, complejo, con frecuencia inédito.
Tampoco se trata de una elección de la que la
historia sería la única beneficiaría. Equivale a familiarizarse con un tiempo frenado,
a veces incluso en el límite de lo móvil. La totalidad de la historia puede,
en todo caso, ser replanteada como a partir de
una infraestructura en relación a estas capas de
historia lenta. De hecho, todos los oficios de las ciencias
sociales no cesan de transformarse en razón de
sus propios movimientos y del dinámico movimiento
de conjunto. La historia no constituye una
excepción. Para mí, la historia es la suma de todas las historias
posibles: una colección de oficios y de
puntos de vista, de ayer, de hoy y de mañana.
No será fácil, ya se
sabe, convencer de ello a todos los historiadores,
y menos aún a las ciencias sociales, empeñadas
en arrinconarnos en la historia tal como era en
el pasado. Exigirá mucho tiempo y mucho esfuerzo
que todas estas transformaciones y novedades
sean admitidas bajo el viejo nombre de historia.
Todas las
ciencias del hombre, comprendida la historia, están
contaminadas unas por otras. 2. La controversia del tiempo corto
Estas verdades son, claro está, triviales. A las
ciencias sociales no les tienta en absoluto, no
obstante, la búsqueda del tiempo perdido. Una vez apartadas estas aquiescencias, se impone
sin embargo admitir que las ciencias sociales,
por gusto, por instinto profundo y quizá por
formación, tienen siempre tendencia a prescindir
de la explicación histórica; se evaden de ello mediante
dos procedimientos casi opuestos: el uno
«sucesualiza» o, si se quiere, «actualiza» en exceso los estudios sociales, mediante una sociología
empírica que desdeña a todo tipo de historia y
que se limita a los datos del tiempo corto y del
trabajo de campo; el otro rebasa simplemente al
tiempo, imaginando en el término de una «ciencia
de la comunicación» una formulación matemática
de estructuras casi intemporales. He expresado ya mi desconfianza respecto de
una historia que se limita simplemente al relato
de los acontecimientos o sucesos. Todas las ciencias sociales incurren
en este terror. De hecho, es imposible que la antropología,
al ser —como acostumbra a decir Claude
Lévi-strauss15 — la aventura misma del espíritu,
se desinterese de la historia. En toda sociedad,
por muy tosca que sea, cabe observar las «garras
del acontecimiento»; de la misma manera, no
existe una sola sociedad cuya historia haya naufragado
por completo. ¿Para
qué volverse hacia el tiempo de la historia: empobrecido,
simplificado, asolado por el silencio,
reconstruido, digo bien, reconstruido? Pero, en
realidad, el problema está en saber si este tiempo
de la historia está tan muerto y tan reconstruido
como dicen. El historiador le ha
preparado el viaje. ¿Por qué esta
diferencia? El problema está planteado. Unas palabras para concluir: Lucien Febvre,
durante los últimos diez años de su vida, ha repetido:
«historia, ciencia del pasado, ciencia del
presente». La historia, dialéctica de la duración,
¿no es acaso, a su manera, explicación de lo social
en toda su realidad y, por tanto, también de
lo actual? Su lección vale en este aspecto como
puesta en guardia contra el acontecimiento: no
pensar tan sólo en el tiempo corto, no creer que
sólo los sectores que meten ruido son los más
auténticos; también los hay silenciosos. Pero,
¿vale la pena recordarlo?
3. Comunicación y matemáticas sociales
Quizá hayamos cometido un error al detenernos
en demasía en la agitada frontera del tiempo
corto, donde el debate se desenvuelve en realidad
sin gran interés y sin sorpresas útiles. El debate
fundamental está en otra parte, allí donde se encuentran
aquellos de nuestros vecinos a los que
arrastra la más nueva de las ciencias sociales bajo
el doble signo de la «comunicación» y de la matemática.
Pero no ha de ser fácil situar a estas tentativas
con respecto al tiempo de la historia, a la que,
al menos en apariencia, escapan por entero. Pero,
de hecho, ningún estudio social escapa al tiempo
de la historia.
Evidentemente, nada hay que decir de
nuevo sobre el acontecimiento o la larga duración.
Pero hay que ser más
explícito en lo que concierne a la historia inconsciente,
a los modelos, a las matemáticas sociales.
La historia inconsciente es, claro está, la historia
de las formas inconscientes de lo social. Los hombres han tenido siempre la impresión,
viviendo su tiempo, de captar día a día su
desenvolvimiento. ¿Es esta historia consciente,
abusiva, como muchos historiadores, desde hace
tiempo ya, coinciden en pensar? No hace mucho
que la lingüística creía poderlo deducir todo de
las palabras. En cuanto a la historia, se forjó la
ilusión de que todo podía ser deducido de los
acontecimientos. La
historia inconsciente transcurre más allá de esta!
luces, de sus flashes. Añadamos que la historia «inconsciente» —terreno
a medias del tiempo coyuntural y terreno por
excelencia del tiempo estructural— es con frecuencia
más netamente percibida de lo que se
quiere admitir. Todos nosotros tenemos la sensación,
más allá de nuestra propia vida, de una
historia de masa cuyo poder y cuyo empuje son,
bien es verdad, más fáciles de percibir que sus
leyes o su duración. Lévi-Strauss.
De ser mecánico, el modelo se encontraría a la
medida misma de la realidad directamente observada,
realidad de pequeñas dimensiones que no
afecta más que a grupos minúsculos de hombres
(así proceden los etnólogos respecto de las sociedades
primitivas). En cuanto a las grandes sociedades,
en las que grandes números intervienen,
se imponen el cálculo de medias: conducen a modelos
estadísticos. De donde se deduce
la necesidad de confrontar también los modelos
con la idea de duración; porque de la duración
que implican dependen bastante íntimamente, a
mi modo de ver, tanto su significación como su
valor de explicación.
Para una mayor claridad, tomemos una serie
de ejemplos de entre los modelos históricos23
—entiéndase: fabricados por los historiadores—,
modelos bastante elementales y rudimentarios que
rara vez alcanzan el rigor de una verdadera regla
científica y que nunca se han preocupado de desembocar
en un lenguaje matemático revolucionario,
pero que, no obstante, son modelos a su manera.
Registra un fenómeno (algunos dirían
una estructura dinámica; pero todas las estructuras
de la historia son, por lo menos, elemental
mente dinámicas) capaz de reproducirse en un
número de circunstancias fáciles de reencontrar.
¿ Acaso no ha habido
economistas que han tratado de verificar, en
el caso concreto de los países subdesarrollados
de hoy, la vieja teoría cuantitativa de la moneda,
modelos también a su manera?26.
Pero las posibilidades de duración de todos estos
modelos todavía son breves en comparación con
las del modelo imaginado por un joven historiador
sociólogo americano, Sigmund Diamond27.
Supone ciertas condiciones sociales precisas pero
en las que la historia se ha mostrado particular
mente pródiga: es válido, por consiguiente, para
una duración mucho más larga que los modelos,
precedentes, pero al mismo tiempo pone en causa
a realidades más precisas, más exiguas.
Este tipo de modelo se aproximaría, en último
extremo, a los modelos favoritos, casi intemporales,
de los sociólogos matemáticos. Las explicaciones que preceden no son más que
una insuficiente introducción a la ciencia y a la
teoría de los modelos. Sus modelos apenas son otra
cosa que haces de explicaciones. Nuestros colegas
son mucho más ambiciosos y están mucho
más avanzados en la investigación cuando tratan
de reunir las teorías y los lenguajes de la información,
la comunicación o las matemáticas cualitativas.
Información,
comunicación, matemáticas cualitativas: todo se
reúne bastante bien bajo el vocablo mucho más
amplio de matemáticas sociales.
Las matemáticas sociales28 son por lo menos
tres lenguajes; susceptibles, además, de mezclarse
y de no excluir continuaciones. En todo caso, no existe una matemática, la matemática
(o de existir se trata de una reivindicación).
Un doble hecho está,
sin embargo, establecido: en primer lugar, que
semejantes máquinas, que semejantes
posibilidades matemáticas existen; en segundo lugar,
que hay que preparar a lo social para las
matemáticas de lo social, que han dejado de ser

únicamente nuestras viejas matemáticas tradicionales:
curvas de precios, de salarios, de nacimientos...Admitamos que se trate, a niveles distintos,
de lenguajes diferentes; pero, en todo caso
se trata de lenguajes. Se trata, por tanto, de un lenguaje.
Con la ayuda
del matemático André Weill, Lévi-Strauss ha conseguido
traducir a términos matemáticos la observación
del antropólogo. ¿Pretende acaso el último grito de la
investigación sociológica aprender bajo todos
los lenguajes estas relaciones simples y
misteriosas, a fin de traducirlas a un alfabeto
Morse, quiero decir, al universal lenguaje
matemático? Tal es la ambición de las nuevas
matemáticas sociales. Pero, ¿se me permitirá
decir, sin pretender ironizar, que se trata de
otra historia?
Reintroduzcamos, en efecto, la duración. He dicho
que los modelos tenían una duración variable:
son válidos mientras es válida la realidad
que registran. Y, para el observador de lo social,
este tiempo es primordial, puesto que más significativa
aún que las estructuras profundas de la
vida son sus puntos de ruptura, su brusco o lento
deterioro bajo el efecto de presiones contradictorias.
He comparado a veces los modelos a barcos. Si yo fabricara
un modelo a partir de lo actual, procedería inmediatamente
a volver a colocarlo en la realidad,
para más tarde irlo remontando en el tiempo,
caso de ser posible hasta su nacimiento. Una vez
hecho esto, calcularía su probabilidad de vida
hasta la próxima ruptura, según el movimiento
concomitante de otras realidades sociales. Todos los sistemas de parentesco se

perpetúan porque no hay vida humana posible
más allá de una cierta tasa de consanguinidad,
porque se impone que un pequeño grupo de hombres
para vivir se abra al mundo exterior: la
prohibición de incesto es una realidad de larga
duración. En una palabra, no se encuentra únicamente
sobre las rutas tranquilas y monótonas de la larga
duración. De esta forma, el procedimiento recomendado
por Lévi-Strauss en la investigación
de las estructuras matemáticas no se sitúa tan
sólo en el nivel microsociológico sino también en
el encuentro de lo infinitamente pequeño y de la
muy larga duración.
¿ Se encuentran, además, las revoluciones matemáticas
cualitativas condenadas a seguir únicamente
los caminos de la muy larga duración? En
este caso, sólo reencontraríamos en fin de cuentas
verdades que son demasiado las del hombre
eterno.

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